martes, 22 de diciembre de 2009

Recuerdo que de pequeña me impresionaba que mi madre se emocionara tan fácilmente y llorara con cualquier película mala de sobremesa o viendo alguna noticia triste del telediario.
Luego, fui creciendo. Lloré con Eduardo Manostijeras y con la muerte del padre de Simba en el Rey León. Lloraba todos los años cuando me llevaban a ver la cabalgata de los Reyes Magos, no sé porqué. Aún lloro, hasta si la veo por la tele. Lloro con las campanadas de fin de año, lloro el día de la lotería de navidad y lloro en mis cumpleaños. Lloro con los anuncios sensibleros de Coca-cola y con los de las ONG's. Lloré hasta con aquel anuncio de Endesa en el que salían niños diciendo que querían tener hijos y que querían cambiar el mundo por ellos, y lloré el día que España ganó el mundial de Baloncesto. Lloro viendo Aragoneses por el mundo y lloro en el día de padres del campamento. Lloré anteayer leyendo un mail de Raquel y lloré la primera vez que escuché Hope There's Someone. Lloré viendo el último capítulo de Friends y lloré cuando Nino besó a Amelie. Y, como mi madre, a veces también lloro viendo el telediario...

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