Cuando decides ver el España-Francia no en el típico bar español que hay en cualquier ciudad sino en la plaza más céntrica de Nantes, rodeada de franceses, te ves obligada a susurrar a una oreja hispanohablante (pero no española) que por favor, habláramos en lo que sea (inglés, alemán, lengua de signos o con besos), pero no en nuestra lengua materna, porque íbamos a salir escaldados.
Al final no, claro, pero también tengo que admitir que he tenido sentimientos encontrados durante el partido. Creo que llevo demasiado tiempo a este lado de los Pirineos.
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